Pequeños desacuerdos, grandes conflictos
Existe una frase que dice: dejemos todo por escrito como si fuéramos enemigos, para poder seguir siendo amigos. La vida me fue enseñando que este cuidado nos libra de problemas futuros e incluso nos ayuda de manera efectiva a mantener buenas relaciones humanas.
En algunas oportunidades los incumplimientos o discusiones pueden producirse por sinceros olvidos de lo acordado, en otros casos por cambios generados en el contexto, que impiden cumplir con las condiciones acordadas, y otras veces se deben a la mala voluntad o deshonestidad de quien integra la parte incumplidora.
Es habitual que esas diferencias ocurran en acuerdos menores, de los cuales, justamente por haberlos considerado menos importantes, no habíamos dejado registro. En consecuencia, al transcurrir el tiempo nos encontramos en medio de disputas sobre bases poco claras.
Lo problemático es que, en esos pequeños desacuerdos, frecuentemente se generan desavenencias que pueden llegar a destruir vínculos o perjudicar amistades, sociedades y hasta relaciones afectivas.
Para evitarlo, tengo la costumbre de llevar un anotador a cada reunión ⎼sin importar su grado de relevancia⎼, hacer una síntesis de lo que se conversa, asentar lo resuelto o lo acordado, y pedir a la otra parte que ambos firmemos al pie. Si nos resulta incómodo colocar la firma, basta enviar la síntesis por email como notificación, de manera que luego tengamos presente lo que hemos decidido.
Este cuidado no reviste el grado de formalidad de un acta o contrato, pero brinda un marco al compromiso entre las partes y evita que, incluso sin mala intención, se puedan confundir u olvidar aspectos de lo que se acordó. El tiempo y algunas experiencias poco felices me han enseñado que es imprescindible tener esta precaución para superar obstáculos futuros.
En casos en que surjan estos conflictos, conviene no entrar en cólera y salir de la irritación que suele producir el incumplimiento de lo que hemos acordado bajo palabra. Es una ofensa a la confianza que suele herir en profundidad. Lo más conveniente es esperar hasta que la emocionalidad se reduzca, y a posteriori sentarse a conversar con la persona o el grupo que ha incumplido el pacto.
Lo mejor es no alterarse. Generalmente, el que lo hace, pierde. Averigüemos los motivos, tratemos de hablar y entendernos; para eso, lo más importante es escuchar y, de ser posible, no personalizar.
Es el momento de demostrar que somos sensibles y comprensivos, que pueden confiar en nosotros, especialmente nuestros liderados, y de esta forma transformar una posible catástrofe en una situación positiva y verdadero ejemplo de conducta.
Puede ocurrir también que la parte incumplidora nos proporcione argumentos lo suficientemente válidos para generar alguna duda razonable sobre lo acordado. En ese caso, lo mejor será no tomar ninguna decisión en el momento, y convocar a otra reunión donde se expondrá la decisión final.
Es recomendable tomar una decisión clara, justa y que considere la buena o mala fe de los participantes, ya que estas situaciones ponen en juego un prestigio moral y ético que, a mi juicio, debe ser serenamente evaluado.
Inmanuel Kant nos decía que las acciones moralmente buenas lo son independientemente de su resultado.
Hasta la próxima semana.