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Economía doméstica


Allegory of charity, de Nina Beier

Estamos tan acostumbrados a vivir en un sistema de punición y recompensa, que nos cuesta un montón entrar en un esquema que propone hacer las cosas porque se eligen con otres, porque se evidencian necesarias para nuestra felicidad compartida en grupo. Hacer visible una obligación nos choca más que vivir inmersos en esa economía de transacciones cotidianas, de tipo “hago para que no suceda esto, o para que suceda esto otro”.

La tarea de lavar los platos se puede motorizar de muchas maneras: dejarte sin la cena si no lo hacés, darte doble ración si lo hacés... ¿No es suficiente hacerlo porque a otre le gusta, por la preservación de una felicidad comunitaria? Es como si ninguna donación pudiera tener lugar, parece que quien dona es menos inteligente, dona porque se equivocó, vale aprovecharse y sacarle ventaja. Cuando conocemos a alguien así tratamos de avivarlo, de protegerlo, de hacerle ver que precisa desarrollar su malicia.

En mi lugar, quien más dona su tiempo y su dedicación, más poder tiene. Es una ecuación muy simple. Me gusta ver a quienes se donan en acción, pero no los envidio porque su tarea es abrumadora. El volumen de atribuciones deja poco espacio para otras cosas, pero no hay duda de que la suerte les acompaña.

Pero eses que se acercan con preocupación y aconsejan amarretear la generosidad, salir de la polaridad de dar todo el tiempo, tienen una experiencia de escasez porque realmente se van quedando sin resto, por no ejercitar el hacer las cosas sin expectativa de recompensa. Y el premio de construir comunidad supera todas las expectativas, porque llega sin que se lo espere.

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