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Esquejes y epigenética



Doppelganger, de Jorge Macchi



Se puede hacer un esqueje extrayendo un fragmento vegetal de alguna planta de la calle (no funciona con todas), poniéndolo en agua y esperando a que pequeñas raíces asomen, para luego plantarlo en tierra.


Leí que lo que se obtiene con ese proceso es un clon de la planta original, una copia genética exacta, porque para producir otro individuo de la especie hace falta una fecundación, que en este caso no tuvo lugar. Estas plantas que se dejan esquejar parecen tener una habilidad parecida a la de la lagartija, que puede regenerar su cola. Sólo que el vegetal puede regenerarlo todo: raíces, hojas, ramas, flores, frutos…


Ahora miro fijamente mis esquejes. Mi tía me trajo un mix de seis variedades de su balcón, le pedí las más resistentes. Tres siguen en agua, otras tres pasaron a una gran maceta. ¿Qué significa que sean clones de las plantas de mi tía? Mismo material genético, es cierto, pero en este hogar vivirán en condiciones distintas, inevitablemente. El ángulo de la luz, el remolino de viento que se arma entre mis ventanas, mis rítmicas miradas anhelantes de descubrir alguna nueva yema, una cierta ansiedad que apresura el riego aun cuando fui advertida de que no hace falta…


Mis plantas no serán como las de mi tía, aunque sean sus clones. Me olvido de lo idéntico y pienso en la epigenética, en todo lo que rodea a ese ADN particular (en este caso el de mis plantas) y que puede hacer que ciertas tendencias se manifiesten o continúen latentes, tal vez para siempre. Pienso en la pared cubierta de begonias de mi tía, con pendientes y rosadas florcitas uniformemente distribuidas en una superficie respetable. Pero solo un año las vi así, porque al siguiente ya estaban diferentes, como brazos tendidos al vacío con abigarrados racimos floridos en las puntas.


Ni siquiera necesitamos un clon para apreciar la participación creativa del entorno –y me refiero a lo que nos rodea, a lo que nos penetra y a lo que nos excede, desde el agua que tomamos hasta los pensamientos que emitimos–. Podemos comparar nuestra planta de hoy con la de mañana, con la de dentro de unos días…


En el cuento “Funes el memorioso”, Borges conoce a Ireneo, hombre de una memoria tan prodigiosa que “era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente).”


Esto que tan persistentemente llamamos “yo” o “mi begonia” parece arena danzando por impulso de la brisa que vuelve a posarse en el suelo cuando llovizna, se combina con partículas que viajaron kilómetros desde otras latitudes, es tragada por un bebé o por un pez, arrastrada a las profundidades del océano, sale a flote y aparece un día en cualquier casa urbana, en la maceta de un esqueje a punto de brotar.



Yael Barcesat



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