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Reeducación emocional


Hace unos años empecé a realizar una práctica de reprogramación emocional orientada por el Profesor DeRose. Entre otras herramientas, la práctica instala un dispositivo de alerta ante las decisiones equivocadas: un zumbido en la parte exterior del oído izquierdo.

Al principio, cada vez que sonaba no entendía si el alerta se refería a la idea que me venía o a su opuesto, porque en el pensamiento todo coexiste y en cierta forma no hay una percepción del tiempo: ¿qué vino antes, la idea o la contra-idea? Es simultáneo. De a poco empecé a prestar atención a la sensación completa, no sólo a lo que mi mente producía y articulaba inmediatamente en palabras, sino también a la emoción y a lo que estaba físicamente realizando en ese momento.

Primero, esa alarma se disparaba en las situaciones más inofensivas (al menos en apariencia): cuando me dirigía hacia un lugar que resultaba estar cerrado, o cuando me disponía a empezar una tarea que sería interrumpida. Pero un buen día sucedió que una gran decisión, de esas que masticamos durante días y meses, fue interrumpida por un suave pitido en mi oído izquierdo.

El condicionamiento de prestar atención ya estaba instalado, faltaba poner a prueba la coherencia. Había experimentado un buen tiempo con las cosas pequeñas, había constatado que el mecanismo funcionaba, pero esto era distinto, esto era realmente grande. Nada pensé, todo este razonamiento llegó después; en ese instante acudió en mi ayuda una especie de inercia positiva, y el reflejo me impulsó a cambiar de rumbo, como tantas otras veces ante las decisiones más insignificantes.

Reflexioné que de eso se tratan las artes marciales, los deportes, las disciplinas corporales en general, de desencadenar reflejos ante situaciones que requieren una acción más veloz que el pensamiento. Y que no usamos tan a menudo el poder de esa reeducación en nuestras predisposiciones emocionales y mentales, pero que funciona de la misma manera.

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