Las ganas están sobrevaloradas
Vasija griega
Claro que es hermoso cuando uno hace algo con ganas, cuando las ganas acompañan y refuerzan. Pero puede ser muy ingrato confiar en ellas como motor de todas las acciones.
A veces simplemente las ganas no aparecen. En general eso se toma como un indicio de que no se debe seguir por el camino en que se viene. Si las ganas no validan la elección, entonces qué sentido tiene continuar?
Pero hay tantos otros motores, tantas otras formas de desencadenar la acción y sostenerla en el tiempo, cuando las ganas (que tienen debilidad por lo nuevo) hace tiempo que abandonaron la partida.
El sentido de misión es uno de esos motores que parecen apagarse con menos frecuencia que las ganas. Tiene el poder de acomodar las prioridades. Cuando la misión es clara, hasta la más mínima acción cobra importancia, así como un pequeño engranaje puede resultar fundamental en el funcionamiento de una gran maquinaria.
Otro motor poderoso es el amor. A las personas, a las causas, cualquier tipo de amor sirve para encender y mantener viva la llama del sentido, y lo que hacemos imbuidos en ese sentimiento suele producir resultados que trascienden en el tiempo. Las ganas pueden aparecer en el transcurso, pero no son indispensables si el amor orienta los actos.
Otro potente generador, no tan sensible como las ganas a los movimientos tectónicos de las emociones, es tener un ideal. Saber cómo se quiere que las cosas funcionen, o cómo organizar el mundo, o simplemente aspirar a elegir cómo actuar o sentir ante determinados estímulos, puede parecer naiif pero es el germen de toda construcción colectiva. Nadie cambia el mundo solo, pero los que logran inspirar a multitudes con palabras y acciones usaron mucho más que las ganas personales para llegar a los otros.
Tal vez nunca hasta ahora las voluntades fueron tan fugaces y las satisfacciones tan inmediatas. Los niños de hoy, al hacerse adultos, contarán en su haber con una vasta experiencia en descubrir lo que les gusta y lo que no. Un desafío imaginable es aprender a guiarse por otras voces, tal vez no tan audibles, pero que probablemente resonarán por más tiempo en los pasillos de la construcción colectiva.