Bossa & fórmula
Me ofrecieron la fórmula mágica para escribir artículos irresistibles y… la rechacé. No tuve claro el porqué al principio, y me quedé con ganas de descubrirlo. Pensé que me gusta cuando los andamios de un escrito, así como el esqueleto de una persona, son únicos; que me daba una especie de aburrimiento por anticipado mantener un determinado orden en la improvisación, un padrón a repetir, para siempre, aunque se obtengan los resultados deseados.
Pensé también que, aunque no te guste la forma preestablecida, necesariamente vas a caer en automatismos, y que en definitiva tu estilo termina asomando, básicamente a fuerza de exploración e incluso de cansancio. Si no sos tan consciente de ese estilo podés mantenerte más libre, una cierta impunidad de novato que yo misma censuraría risueña en otras áreas. Sin embargo, hay un gran poder en la frescura.
La perplejidad de mi interlocutor cuando digo que no a la fórmula que me permitiría llegar a más personas, me hace sentir un poco incómoda con mis propios escritos. Me pregunto si no los considero dignos de compartir con el mundo entero, si no estoy de acuerdo con algo de lo que escribo, casi lo mismo que preguntar por qué no subir el volumen de la música que te gusta. Y me doy cuenta de que el ejemplo no sirve, porque usar la fórmula no equivaldría apenas a aumentar los decibeles, sino que significaría algo así como hacer una versión bossa de Nirvana. Google me dice que ya existe, y en este tiempo de furor por los atajos no me extraña, para nada.