El mínimo esfuerzo (o de vuelta al colegio)
Al Borde, Pupitres para la campaña Women's Letters (2015). Vía Designboom
Me despierto, me levanto de la cama apartando sábanas y frazadas con un movimiento que despertaría a cualquier compañero de cuarto, ni hablar si fuera de cama, abro la puerta del baño y la siento rebotar contra la pared exterior. Entro a la ducha girando las canillas al mango, alternadamente me quemo y tirito bajo el agua rebelde, me demora todo ese baño encontrar la temperatura justa. Después de un buen trabajo con la toalla, noto que mi piel está fucsia. Aprieto el pomo del dentífrico y me saluda un fantasma de gusano de cinco centímetros. Trato de hacerlo volver a su lugar, pero ya sabemos lo difícil que es…
Llego a la escuela y me desplomo sobre el banco, sobre la mesa, sin saludar a mis compañeros que tienen buen humor al despertar. Me entrego a la desidia en silencio, mientras las clases se suceden hasta el mediodía. Me preocupa qué comer, el día en la escuela continúa y no soy de los que se llevan cualquier cosa a la boca con tal de satisfacer el hambre, pero al mismo tiempo no tengo energía para pensar en nada: de alguna forma misteriosa, todo mi caudal se vació en esfuerzos vanos en los que creí no haber empeñado ninguna voluntad.
Esa es mi vida más o menos, durante los seis años que dura el colegio secundario. Un colegio inspirador, personas interesantes a mi alrededor, una familia increíble y ninguna capacidad de disfrutar de todo eso.
Hacer el mínimo esfuerzo es totalmente distinto a no hacer esfuerzo alguno. Hacer el mínimo esfuerzo implica algo aún más desafiante que hacer un esfuerzo desmedido: implica ser consciente del empleo de la energía, tener poder sobre la propia fuerza. Dilapidé mis fuerzas por vocación o por naturaleza. Pero en un momento dado descubrí que hay un tiempo para remar y otro tiempo para hacer la plancha, y entre esos dos extremos una infinidad de puntos medios.
Cuando me acuerdo de esa etapa tengo dos memorias: la de la persona que supe ser y la de la que soy. El primer recuerdo me hace sentir el peso de entonces, el segundo me hace sospechar seriamente que gracias a ese largo aprendizaje estoy donde quiero estar.