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Realidad mixta


¿Cómo hablar el idioma de las máquinas? ¿Cómo dejar de soñar el abrazo colectivo, el amuchamiento cariñoso, el ver una película apretándose en el sillón? Pasó más de medio año, me digo que es hora de soltar algunas amarras.


Hay que ver si es posible que haya lugar para la nostalgia en coexistencia con los trabajos para la construcción de una nueva forma. En la palabra “nostalgia” anida el deseo doloroso de retorno (“nóstos” es regreso, y “álgos” es dolor, en griego). Necesitaríamos cortar ese hilo con el pasado, sutilizarlo, tal vez convertirlo en reminiscencia placentera para poder tramar nuestras nuevas costuras sociales.


Hasta ahora la visión y el oído han parasitado a los demás sentidos. El tacto quedó acorralado, reservado a un círculo íntimo de objetos y personas (nuestro entorno doméstico de cosas y seres tiene las aristas suavizadas por el uso intenso, la erosión es más rápida). El olfato, para quienes aún lo conservan, ya venía decaído y opacado por los humos de las grandes ciudades. El gusto, ligado apenas a la satisfacción inmediata de los apetitos orales, es de existencia dudosa fuera de su asociación con lo que se huele.


¿Cuándo llegará la realidad aumentada, virtual o mixta a estimular nuestros sentidos menos explorados? ¿Acercaremos nuestro pensamiento a la persona y sentiremos la piel de su mano áspera por el alcohol en gel? Todo eso me parece prótesis, reparación de algo que era supuestamente completo y ya no lo es.


Mi intención es la de explorar otras completudes, o mejor: aprovechar lo que carece de expectativa de totalidad: ¿cómo será un ser que crece exponencialmente? Borronear el destino, aunque caminando diligentemente hacia él, me parece la mejor opción. La nostalgia podrá recrear una ilusión de hogar, pero difícilmente nos acerque a él.



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