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Todo mi mundo




—¿Cómo estás?

—Bien…


Quiero decirte que bien es una pobre descripción, que no le hace justicia a mi estado. Todo queda fuera de esa respuesta.


Amplifico: estoy intentando estar alerta a cada estímulo, sintiendo todo lo que me rodea, desde el olor a pasto hasta la promesa de un alfajor de maicena más tarde.


Ando pensando en estos días que el solo hecho de sentir amor por otres es un regalo de diosxs.


Cuando me levanto voy al balcón y aspiro la luz de ese día con los poros, emborrachándome con una gratitud sin límite.


Al acostarme me rindo a la noche, no sin antes paladear esos minutos de somnolencia, esa dulce lucha por seguir leyendo aun cuando el texto se desordena en el sueño y se construyen otros sentidos.


Me encuentro con las personas que hoy más que nunca son persona, mascaritas en sus cuadrados. No subestimo mi imaginación capaz de atravesar el sonido metálico y encontrar la médula de tu voz, capaz de completar los píxeles faltantes hasta que la escalera sea una explanada, y tus curvas aparezcan nítidas en mi pensamiento.


Tocarte es una gloria. Cuando sucede lo llena todo. Cuando no sucede, está la anticipación feliz de que tarde o temprano va a ocurrir. Que nunca vuelva a ocurrir está fuera de cuestión, porque siempre hay otros “vos” a quienes tocar.


¿Cómo hidratar la respuesta a tu pregunta “cómo estás”? No tengo la expectativa de que mis poros exhalen la información completa, de que tus otros sentidos completen lo que falta. Ni siquiera pretendo que esta amplificación de palabras, como un gran paréntesis abierto después de la monosilábica respuesta “bien”, llene los espacios entre los puntos suspensivos.


¿Cómo estás? Todo mi mundo late.


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