Pink terrorism
Dibujo de Lucía Gagliardini
Hace muchos años estábamos tomando un café con mi amiga Luchía. Es posible que haya sido más que un café, probablemente hayamos pedido algunas cosas dulces, algunas aguas, porque tuvimos oportunidad de ser objeto de la pésima atención del camarero (olvidos, confusiones, malhumor ante nuestras correcciones jocosas…). En general cuando nos juntamos terminamos riéndonos bastante con Luchía, somos hermanas de alma y entiendo perfectamente que si alguien está en un mal día pueda exasperarse aún más con nuestras intensidades.
La cuestión es que en un momento me puse más seria, le comenté a ella lo mal que habíamos sido atendidas, con cierta duda flotando en el aire en cuanto a si tendríamos que hacer algo al respecto… ¿Qué se hace en esos casos? ¿Quejarse? ¿No dejar propina? Pero mi hermana ya andaba dibujando las pocas servilletas que teníamos a mano: con un marcador que en mi memoria era rosa (pero es posible que esto sea un desplazamiento de la nomenclatura que le dio), su respuesta fue “pink terrorism”.
Nos fuimos imaginando la reacción del camarero. Era posible que hubiera recogido raudo la inopinadamente generosa propina, hecho un bollo con las servilletas, sin reparar en ninguno de los dibujos mágicos que salieron de la mano de mi amiga, y pensado: otras dos locas. También había una chance de que uno de esos dibujitos hubiera hechizado su atención al punto de considerarlo un regalo. Lo más esperable dado su humor era que se indignara ante el desperdicio de cuatro o cinco servilletas. Pero nada de eso importaba.
El pink terrorism de Luchía nos había exorcizado de la mala sangre, ese envenenamiento en el que podemos caer precipitadamente cuando las cosas no son como imaginamos que deberían ser (falla nuestra calentar esa expectativa, tener esas ínfulas de control, ¿acaso hay algo más veleidoso que nuestras emociones y las del planeta?).
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