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Lo vivido y lo contado


Fotomontaje de Wanda Wulz, 1932



Son raros los momentos en que vivo un presente restringido a los dos o tres minutos antes y después de ahora, en que se achican la previsión y el margen de recuerdo, en que se reúne todo en un ahora dilatado.


Ese tipo de presencia reconcentrada no convive bien con sacar una foto. La fuerza gravitatoria de los acontecimientos capta a tal punto que se vuelve muy trabajoso tomar la distancia necesaria para hacer un registro de lo vivido. En ese nivel de intensidad, el registro es incompatible con la vida.


Cuanto más vivimos a través de los registros, propios y de las demás personas, más relevancia cobran esas formas de relato de un presente que es siempre pasado.


Sin embargo, lo que es registro es también presente, en la medida en que suma a lo experimentado sus cualidades particulares. Se vuelve experiencia en relación con posteriores registros, en una producción de capas de realidad potencialmente infinita: la foto del escrito del video de la foto…


Tal vez la única forma de distinguir entre lo que es experiencia presente y la reproducción del pasado sea la percepción subjetiva de un goce cuyo síntoma más certero es la ausencia de expectativa.

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