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Entre una cosa y otra


The Ten Largest, de Hilma af Klint, 1907



Hay un rozamiento entre una actividad y la próxima. Aunque sean actividades siamesas, aunque una muerda la cola de la otra, hay un tiempo que se gasta en el pasaje, en la transformación. Muchas veces hago como que no existe, me escondo a mí misma la evidencia del desgaste, extiendo hasta el último instante el encuentro anterior y lo pego al siguiente, pero hacia el final del día todos esos pequeños intervalos reclaman su existencia, su pequeño pero fundamental lugar en mi mundo. Entonces trato de dárselo, pero ya estoy tan cansada…


Por eso últimamente invierto el orden: empiezo el día con una abundante conjunción de momentos bache, alineados en fila, con la sensación del break. Sólo que es un break antes de que haya nada que breakear. Por eso tiene la textura sólida de las actividades, en duración y en importancia, y eso lo hace más tangible, pero hay que cuidar que no se pierda su tenor vacacional.


Es tan fácil que una rutina pase a ser una obligación, un compromiso con la mentira. Es mentira que hay una forma única de hacer las cosas. Es mentira que los consejos que sirven para une sirvan para todes. No busco la fórmula y sí el pasaje, la transición hacia mundos posibles, y saltar de uno a otro considerando la longitud de mis piernas.


“Soy” noctámbula. “Me cuesta” la mañana (las comillas van porque estas certezas que tenemos sobre quiénes somos se revelan tantas veces apenas como una opción entre miles). Pero en este mundo posible me despierto media hora antes y hago del rozamiento entre compromisos un momento con derecho propio a existir. Después, a lo largo del día siguen brotando esos instantes robados al plan, y cuando eso sucede intento simplemente mirarlos crecer sin ponerles un tutor al lado.

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