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Cómo dar fuego







Cada persona va aprendiendo desde temprano cuáles son los rasgos o las actitudes que le van a ocasionar problemas en la convivencia con las demás. En general, esa educación práctica sale al cruce con contundencia y desde muchas direcciones en simultáneo, sin demasiado lugar para las alternativas.


Tenemos entonces entrenamiento en aprender por la fuerza o por el trauma. Reemplazar ese condicionamiento no es nada sencillo, mucho menos si la forma que queremos que ocupe su lugar es menos definida, más amable y tiende a no imponerse. Aprender por el estímulo, por la tentación, por la invitación. Es una forma que deja siempre la alternativa de no aprender en absoluto. Esa es justamente su gracia y su potencia.


Cuando esa manera abierta de enseñar y aprender hace su aparición, tendemos a impacientarnos: “¿pero si la persona no quiere aprender?”. No va a aprender nada. Para enseñar sin imponer hace falta aliarse, ser cómplice, salir de la cinchada. Y saber que puede fallar.


No hace falta tener una verdad para enseñar, apenas un conocimiento. Podemos compararlo con un fuego que entregamos a quien aprende, con el cual esa persona va a cocinar su alimento, o alumbrar su espacio, tal vez calentarse o consumirse por entero hasta las cenizas. Lo que haga con el fuego será su decisión, y existe la opción de que lo incendie todo.

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