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Abrazo virtual


Obra de Liliana Porter



Por momentos despertamos lo que duerme en cuarentena. Después de una larga hibernación, los lugares y las cosas necesitan un tiempo de desperezo. Y como se trata de un despertar precario, incierto, con la posibilidad de volver a guardarse tan próxima, pareciera que nos movemos por espacios en duermevela. Los cafés, los museos, las calles… todo tiene lagañas en las ventanas y una ropa que podría pasar por pijama fácilmente.


Retornamos a nuestro hogar, que padece el mismo síndrome: si recibimos visitas, los muebles se amontonan o se alejan de acuerdo a las conveniencias de la ventilación y las distancias. Después de tantos meses en cuarentena, decido adaptarme a un mundo diferente: abrazar la nueva condición de los lugares, festejar los pocos visitantes en los museos, hacer mi casa recorrible-desarmable-ventilable, abrazar a las personas con la mirada, gesticular con entusiasmo excesivo en la esperanza de que el movimiento percibido por el ojo sea suficiente para desencadenar una respuesta táctil.


La exposición constante a las cámaras: tardé unos meses en amigarme, pero condenarlas sería como negarse a soportar el trayecto que hace la comida hasta llegar a la boca, o maldecir la piel porque vela una desnudez mayor…


Una entrega no es necesariamente una renuncia. O mejor dicho: toda entrega implica un abandono que puede o no ser percibido como traición. Las definiciones y los rótulos nos aprestan a experimentar la traición en todo cambio. El casamiento humane-tecnología amerita el ensayo de relaciones abiertas, el mestizaje de lo planificado con lo inesperado, la contingencia, la arbitrariedad.

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