Filtro al cuadrado
Monos en la arboleda anaranjada, de Henri Rousseau
Traspasadas por nuestras inquietudes vitales, hacemos del universo un terreno en el que lanzar esas semillas. Después, cuando miramos a través de las ramas y brotes, esa trama que remite a lo salvaje e interno que dio origen a nuestra plantación, inevitablemente nuestro filtro se duplica: está por un lado el tamiz interno que nos conforma por haber nacido bajo una determinada configuración del universo (podemos llamarlo época, signo zodiacal, etc.), y el filtro formado por el jardín, la selva, el bosque o el páramo que sembramos.
Filtro al cuadrado. Puede pasar que ya no veas más que tu propio material. Qué solitario y aburrido puede volverse ese panorama, sobre todo si lograste hacer crecer tus semillas y hasta donde alcanza tu mirada hay verde. Ante esa perspectiva, la opción siempre es aventurarse. Caminar hasta los confines del cerco vegetal, observar otras plantaciones, más o menos tupidas, encontrarse con sus cuidadoras, invitarlas a dar un paseo fuera de los límites. Y en esos encuentros, en que vos y yo estamos desprotegidas, con menos carcasa y con menos certeza de nuestra visión de mundo, es donde se producen algunas magias ordinarias.
Escuchar a le otre, cambiar de parecer, comprometerse, descomprometerse, aprender, sentir… son eventos más o menos ordinarios, pero que tienen algo que ver con la magia. Eventos mágicos más habituales que meter un pañuelo en la galera y sacar un conejo, pero que también conllevan una pérdida del rastro del proceso en determinado momento, que devuelve lo inesperado al cabo de un momento de misterio. Ese momento puede permanecer opaco, porque no vemos lo que sucede adentro, pero sabiendo cómo producirlo estamos a salvo del estancamiento.