Algo abrevia la distancia
Parte del tapiz "La dame del unicornio"
“Nada abrevia la distancia entre la ignorancia y el conocimiento”, escribí una vez. Mentira, me equivoqué. Pensaba que hay un tiempo personal e intransferible para recorrer el camino de la experiencia, para cometer el mismo error una y otra vez hasta que algún aprendizaje finalmente sedimente. Podríamos escuchar a otres, a una persona que haya estado donde queremos llegar, pero en general no cambiamos con facilidad, no confiamos en un consejo aunque venga de la persona que nos merece más admiración y respeto.
Sin embargo ayer recibí la noticia de un sorprendente cambio de actitud después de una charla, con acciones, no sólo con palabras. Un giro de 180 grados en dirección a un comportamiento que prioriza las buenas relaciones humanas por encima de “tener razón” (siempre nos empecinamos en esto, “¡es injusto! fue la otra persona quien se comportó inadecuadamente”). La protagonista de este evento tomó un consejo como envión para permitirse cambiar de parecer, lo que no es usual. Y así logró lo que no siempre se consigue, atravesar una experiencia por propia decisión, en vez de ser atropellada por ella.
A veces tenés la fortuna de cruzarte con alguien cuyo recorrido admirás, que está en un lugar en que a vos te encantaría estar algún día. Si confiás en esa persona y te atrevés a seguir su consejo, es como si te pararas en sus hombros por un instante: el aire puede resultarte inusualmente límpido, aprovechá para respirar hondo sin pedirle explicaciones a la atmósfera.