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Alquimia

En algunas filosofías orientales muy antiguas existe un nombre en sánscrito para designar la fuerza interna, la pulsión de vida, esa potencia que puede generar otro ser. Pero esa misma fuerza recibe otro nombre cuando es canalizada en una actividad no reproductiva, cuando logra ser aprovechada para otros fines, trascendiendo los mandatos del instinto o de la sociedad. ¿Cómo poner en una misma oración estos dos?

Pienso en lo que queda de nuestro instinto: claramente no es igual al de los animales, no tenemos período de celo, por ejemplo. ¿Será posible referirse al instinto de reproducción de manera tan cristalina como al instinto de supervivencia? Definitivamente no logramos ahogarnos decidiendo no respirar, algo muy fuerte y somático nos rescata antes de parar de latir.

Ahora me pregunto por el mandato social. ¿Será que hoy en día, aún al borde de la superpoblación, todavía pesa sobre nosotres el imperio de la reproducción? La reproducción puede vivirse como una etapa necesaria en la pareja, como respuesta a muchas de las preguntas sobre el sentido de la existencia, como seguridad para un futuro en compañía… y también como ganas, simples y llanas. O antiganas.

Por suerte se trata de una energía renovable: se puede dar a luz muchas veces.

La transmutación de esa fuerza exige una técnica, unos pasos a seguir, una disciplina que cumplir. Se hace cuesta arriba si no logramos primero desmarcarnos de la connotación ominosa que tiene la palabra “disciplina” cuando pensamos en disciplinar a otres. La autodisciplina puede no caer en el campo de la restricción, pero demanda un trabajo artesanal deshacer los nudos que nos hacen rechazar las instrucciones, y la sabiduría arcaica está plagada de ellas.

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