Fuerzas concurrentes
Subject II, de Anthony Gormley
¿Cómo hablar de evolución? Evolución viene de vuelta, de hacer rodar, desenrrollar desplegar. Me hace pensar en un resorte comprimido liberándose de la presión, una extensión más allá de sí mismo o de un supuesto límite. Ese resorte tiene dos extremos: uno de ellos precisa estar fijo para que el otro pueda ir lejos de su origen, desarrollarse. Hace falta que dos fuerzas concurrentes intervengan en el proceso. Cuando me pregunto qué fuerzas son las que me permiten desplegarme como un resorte, e incluso perder esa inercia que tiende a la compresión, pienso en la inmersión y en la transformación.
Llamo inmersión a lo que clama por profundidad y silencio, una mirada que quiere rebuscar en espacios aún no alcanzados por la claridad. Llamo transformación a la voluntad de moldear el comportamiento, de no conformarse con lo que parece estar dado, de seguir aprendiendo, elaborando, poniendo las manos en la masa, saliendo de las casillas en que cada cierto tiempo nos acomodamos.
Visto desde fuera, a nivel teórico, se podría deducir que primero viene la inmersión para develar la oscuridad y descubrir, a partir de esa investigación en lo profundo, qué se quiere transformar. Sin embargo, en mi experiencia el autoconocimiento adviene como resultado del proceso de transformación, no como algo previo que necesitamos identificar para recién después modificar. Me alcanza la inmersión como consecuencia de estar en el mundo, excavar, ensuciarme, experimentar…
El nivel de exposición a las experiencias permite que el cambio se haga necesario, a veces imperativo. Si me quedo haciendo la plancha en lo conocido y sólo modifico un comportamiento como consecuencia de un evento en el mundo que me rodea (pongamos como ejemplo estar en casa en épocas de pandemia), difícilmente encuentre la transformación como método de autoconocimiento. Eso sólo ocurre si ejercito el músculo.