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Frugalidad


El baño de Banksy en cuarentena

Siempre comí mucho. Me gusta la sensación de quedar pipona. La gente desconfía de esta declaración que hago hasta que comparte una cena o un almuerzo conmigo. Como un montón. Sin embargo, hay mucho en el concepto de frugalidad que me encanta.

“Frugalidad” es una palabra que suena hermosamente; algo de la palabra “frotar” atraviesa la sonoridad en español y hace que me imagine dos manos generando calor a partir de la nada. Y esa foto me hace pensar en la laboriosidad de una construcción, en el esfuerzo pero también en la alegría, en la abnegación que no busca excusas ni pide excepciones, y que al mismo tiempo está satisfecha.

En los primeros días de cuarentena aprendimos a ser más frugales con los traslados, con los caprichos, con las ambiciones de presencia, con las cosas que no estaban tan a la mano. Aprendimos o no la pasamos tan bien, una de dos. En paralelo o un poco después, se reveló necesario otro aprendizaje: el de la frugalidad en las telecomunicaciones, en las redes sociales, en las horas frente a la pantalla, en el tiempo transcurrido en una misma situación corporal… ni hablar de la frugalidad en las comidas.

En el primer caso, la frugalidad viene impuesta de afuera: “quedate en casa” es el mensaje del mundo. En el segundo, nace como resultado de los nuevos hábitos que la situación actual hace proliferar. ¿Cómo podríamos frugalizar más nuestra existencia antes de llegar al punto de tener que hacerlo? Tal vez sería un buen ejercicio imaginar la respuesta de los animales.

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