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Servir y servir


Faunos y Bacantes, de Hyeronimus Hopfer

¿Para qué sirve esto? Es una pregunta que frecuentemente nos hacemos en relación con las cosas. En relación con las personas, decir que alguien “sirve para algo” es tremendo: es limitar su propósito vital a una realización puntual.

Pero la palabra “servir” tiene otra acepción cuando se trata de humanes. Me gusta servir a una causa que me supera, en la cual otras personas participan. En conversaciones con otres pude apreciar su decepción y sorna al escuchar los relatos en que un sentido de misión más allá de mí se pone de manifiesto. Poquísimas personas entienden, sólo aquellas que experimentaron un sentimiento similar.

Nietzsche[1] habla de lo apolíneo y lo dionisíaco como las dos fuerzas presentes en el arte helénico. La primera representa la belleza de lo onírico, y al mismo tiempo lo fugaz de las apariencias. Es una fuerza diurna, solar, en conformidad con el dios Apolo, que “aun cuando esté encolerizado y mire con malhumor, se halla bañado en la solemnidad de su bella apariencia”. Lo apolíneo también puede ser simbolizado, según Nietzsche, por la imagen que traza Schopenhauer del hombre que navega tranquilo en una frágil embarcación, en medio de un mar alocado, confiando en su poder individual.

La fuerza dionisíaca, en cambio, es la embriaguez de la primavera “en que lo subjetivo desaparece hasta llegar al completo olvido de sí. […] Bajo la magia de lo dionisíaco no solo se renueva la alianza entre los seres humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre.”

Cuando pienso en servir a un ideal que me trasciende, me envuelve Dionisos con su capa de flores y frutas silvestres. Y lo mejor es que no estoy sola en ese abrazo, tengo una multitud a mi alrededor con quienes compartir y replantar los frutos de la naturaleza.

[1] El nacimiento de la tragedia, de Friedrich Nietzsche.

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