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Nuevas éticas


Obra de Stephanie Sarley

Construimos nuestras retóricas en función de nuestras simpatías. No sé si existe algo como cambiar de opinión sobre la base de argumentos. A veces los argumentos nos conmueven, y entonces sí. Conmover es mover, es afectar, es generar emoción. La mismísima palabra “emoción” tiene una raíz que denota movimiento. Emoción, remoción. Mover o remover son verbos asociados al cambio. Y solo me parece posible ese cambio cuando el emocional se involucra.

Puedo escuchar o leer a los más astutos oradores, pero su capacidad de defender brillantemente las ideas con que comulgan me deja seca, inmóvil, si no existe en mí una chispa de empatía con la propuesta. Pueden generar cortocircuitos mentales, incluso el deseo de aprender a retrucar, la autocrítica insatisfecha que demanda explicaciones. Sin embargo, no alcanza para dar a luz a un cambio de opinión.

Elijo mis causas en función de mis afecciones. Yendo un pasito más allá, puedo cambiar mis gustos, pero no son las cosas las que cambian las afecciones, sino una disposición interna, abrir la rendija para querer. A veces quiero dejar pasar una nueva preferencia, o no me gusta que me gusten ciertas cosas, por ejemplo comer lácteos (no me gusta porque hoy en día implica la existencia de un sistema de sufrimiento sistemático de otros seres). Quiero abrir la puerta a nuevas preferencias, que poco a poco van llegando gracias a cierto esfuerzo por diversificar la experiencia gastronómica. El trabajo de ampliar el espectro de alimentos posibles es mi manera de modificar la orientación de mis deseos a la hora de comer. Exige una dedicación concienzuda que no sobrevive si no hay un deseo profundo, una ética en juego. No tiene nada que ver con una discusión en que una de las dos partes se impone a la otra. Me pregunto si alguien cambia de opinión por un evento de ese tipo.

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