Censura
De la serie Antropometría, sin título. Yves Klein
Nuestra preocupación por las expresiones de opiniones ajenas e incluso contrarias a nuestro pensamiento es anacrónica. En la era de internet, un escrito dejó de ser un papel que se distribuye en cantidades limitadas, que puede incluso ser retirado de circulación o quemado públicamente. No es ni siquiera cuantificable, y su accesibilidad se relaciona con la demanda, no con la extensión de la tirada.
El escrito virtual adquiere una naturaleza comparable a la de las infiltraciones: el agua termina horadando los materiales, tarde o temprano se abre paso, y una vez que lo hace no cesa de fluir. Y si se quiere tapar la grieta, o cortar el chorro desde su nacimiento, se corre el riesgo de estrangular a medias y producir un grito más agudo, capaz de alcanzar una cantidad mucho mayor de oyentes a los que habría llegado de no ser por el intento de censura.
¿Es “censura” la palabra adecuada para definir lo que a veces sentimos como una legítima defensa ante lo que se considera una calumnia? Por mucho que nos pese, el intento de impedir decir cualquier cosa a otre, más allá de lo censurable o mentiroso de su contenido, es ir contra su libertad de expresión. La respuesta, por lo tanto, se da en el ágora de nuestros días, en la misma cancha virtual en que la acusación se propagó.
Nuestros oídos están expuestos a palabras que pueden incitar a la violencia, al prejuicio, al oscurantismo. Cuando las escucho, quiero tapar los oídos de mis semejantes, para que ni el más mínimo germen de esos fantasmas pueda germinar entre sus sentimientos. Es una linda imagen, pero no funciona. Llego más lejos con mis palabras dichas a posteriori que con mis esfuerzos por hacer inaudible la emisión original.
“Aquí más vale, creo, no prohibir. Más vale responder (en ocasiones con el desdén merecido, con el silencio, eso depende del contexto y el peligro real) o contraatacar, analizar, discutir, evaluar, criticar, ironizar.” Fragmento del libro Y mañana, qué…?, de Derrrida y Roudinesco.