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La madre de las revoluciones, parte V


Alice, the wonder, de María María Acha Kutscher

Siempre hay gente que hace lo que se le canta, priorizando su provecho personal antes que el bien del grupo, más visible a largo plazo y tal vez más moderado en sus resultados individuales. Ante esa situación puede tentar instituir un control, que requiere una policía y una condena. Una cosa lleva a la otra: si controlamos precisamos hacer cumplir, para hacer cumplir nos servimos de la amenaza de una punición concreta. ¿Está mal eso? Básicamente es como funciona nuestra sociedad actual. Definitivamente no es matriarcal. Como miembros de una comunidad matriarcal, ¿qué otras soluciones podríamos proponer?

¿Cómo resolver ese individualismo pernicioso sin acudir al mecanismo de la tríada control-policía-castigo? La construcción lleva tiempo, porque en lugar de órdenes y advertencias hay consejo, y en lugar de obediencia, respeto de una autoridad ganada. Para que una sugerencia sea seguida es preciso que la persona que la ofrece tenga autoridad. En general se obtiene autoridad cuando se verifican en el tiempo los buenos resultados (buenos según la óptica de la comunidad de que se forme parte).

Seguir las consignas no siempre da resultados individuales a corto plazo. En la práctica, muchas veces nos encontramos con la disyuntiva de confiar o seguir otro camino. Hacer lo segundo no te expulsa, pero te aleja de los que respetan la autoridad de le líder. Si hacer lo que se te canta es sistemático, probablemente la gente se olvide de que estás en la comunidad, porque aunque físicamente tu cuerpo participe, tus palabras o acciones dicen otra cosa. Decir y hacer, en una comunidad que está en construcción, tienen tanto valor como estar: cuando algo está naciendo es preciso generar un volumen de experiencia que trace un camino. La mera permanencia sin compromiso no hace mella en la pétrea estructura de la que venimos.

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