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En tus zapatos


Zapatos Rojos, de Elina Chauvet

Ponerse en los zapatos del otre, tan simple como eso. Era tan obvio, pero no me lo imaginé antes. Tuve que esperar a que me lo digan. Eso no tiene nada de malo, que une no sepa las cosas, o no las tenga presentes en un determinado momento, y que otre sea el que descubre y enseña. El problema es lo mucho que nos cuesta aprender, debido a lo mucho más que nos cuesta dejarnos sorprender, que implica un sentirse en falta, es casi una constatación que da susto.

En portugués, assombrar significa, entre otras cosas, asustar. En español, la palabra asombrar suena y se escribe muy parecido, y significa sorprender. Cierto es que no existe susto sin asombro, pero perfectamente podría existir asombro (sorpresa) sin susto.

Descubrí que no sabía cómo ponerme en el lugar del otre. Me sorprendió, pero mucho más me desconcertó la reacción de quienes estaban presentes: todes parecían saber cómo hacerlo. ¿Es realmente tan fácil? Pero después llegó la pregunta verdadera, la generadora de movimientos: ¿qué es lo difícil? Estuve un rato pensando hasta descubrir que lo único que hacía falta era querer. Pero querer mucho, con todo. No es algo que suceda si vos no allanás el camino; no bastan la identificación y la simpatía, y es algo totalmente distinto a la compasión.

Ponerse en los zapatos del otre requiere estar dispueste a abandonar momentáneamente la seguridad de tu punto de vista. No es compatible con asumir una posición inamovible. Claro que después de salir a dar un paseo con zapatos que no son tuyos, y sentir el terreno a través de otras suelas, vas a volver a lo conocido, inevitablemente. Pero te acompaña una percepción ajena del camino, lo cual a veces te hace valorizar un montón tu calzado amoldado por el tiempo, y otras veces revela la protuberancia incómoda que estabas aplanando con la costumbre.

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