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Afilar los dientes


Detalle de mosaico que muestra a Ulises atado al mástil de su navío para resistir al canto de las sirenas, alrededor del año 260

No nos encontramos con las batallas porque las buscamos, sino porque nos exponemos a que ese encuentro se produzca. Siempre estoy mejor parada para el desafío máximo que para la previa. Cuanto mayor es la presión, más chance tengo de lograr una salida de la sensación general de desesperación, y de hacer uso de claridad y poder resolutivo. ¿Es una conclusión válida que la amenaza me sienta bien? Extraña sentencia para el bienestar, cuando lo que solemos preferir, apelando al sentido común, es ahorrarnos el estrés.

¿Por qué pasa eso? La naturaleza nos dotó de ciertas herramientas para sobrevivir. En la medida en que deponemos las armas antes de usarlas, el óxido empieza a corroer esos utensilios, y cada vez es más trabajoso desenfundarlos. Si tenemos necesidad de hacerlo comprobamos con preocupación que no funcionan tan bien, que no están tan afilados o precisos, y en vez de volver a entrenar para sacarles brillo nuevamente, muchas veces optamos por desistir de ellos.

Triste manera de ponerse en el freezer, bajar el volumen de las aspiraciones para tener menos desafíos y disfrutar de la tranquilidad. La tan codiciada tranquilidad se disfruta tanto más cuando llega como recompensa y descanso después de un esfuerzo hercúleo, y muchas veces la única forma de alcanzarla es gracias a esos trabajos intensos, a esos desafíos gigantes. Es como si hiciera falta el contraste en este mundo de opuestos: para finalmente obtener la calma hay que recorrer el camino de Ulises.

Un detalle sobre la Odisea: lo que nos atrapa es la travesía, no la llegada. Estoy segura de que Ulises encontró la forma de pasarla en grande durante su periplo, con sirenas asesinas y cíclopes furiosos incluidos. Y nosotros aprendemos mucho más de sus obstáculos que de su victoria.

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