Oficio
Instalación de Liliana Porter
Qué regalo poder hacer algo enorme con la simpleza del primer día, mantener la inocencia cuando hace tiempo que la inexperiencia quedó atrás. Me refiero a que la evolución de la técnica no mate el sentimiento prístino que te mueve a hacer algo que te gusta. Porque te gustaba mucho en aquel primero momento, y ahora esa afección quedó un poco aplastada por cientos de expectativas que tienen su peso. Expectativas que en gran parte son tuyas.
Para eso sirve abordar la construcción de un gran proyecto, la producción de una obra de arte o el invento científico con la misma sencillez que requiere el desempeño de cualquier oficio. Si fuera carpintera, sabría perfectamente cómo construir una mesa. Que sea la mejor mesa que hice hasta el momento sería una consecuencia natural de mi experiencia. Claro que la inspiración del momento cumple un rol ineludible, pero hacer la mejor mesa que puedo no debería representar un desafío mayor la vez número cien que la primera. Y sin embargo, a veces eso es lo que se siente. No lo atribuyo al cansancio de haber hecho tantas mesas, sino a este peso de las expectativas. Agrandarse implica que cada vez necesitás más espacio para pasar, y eso tiende a ser un estorbo.
¿Mantenerse de tamaño pequeño podría ser un buen consejo? En cierto sentido, sí. Me refiero a la pequeñez del abordaje del orfebre, que conoce su oficio y que, con las limitaciones personales, ha adquirido la experiencia que le permite resolver los problemas específicos de su trabajo. Si llegaste a ser divinidad, ¡vas a sentir un alivio gigante al acometer cualquier tarea nuevamente como una persona! Y en cuanto a la calidad del resultado, prefiero mantener viva la obra aunque haya fluctuaciones, que morir en el apogeo y desaparecer del mapa.