Encuentro
El campo de hielo por Steffen Welsch
El mar de hielo se extiende más allá de las montañas, en Calafate. Es una extensión inmensa de blanco leche, en el medio de los picos de un lado y del otro de la cordillera, una sábana algodonosa tendida sobre la tierra, que cobija quién sabe qué sueños.
Algunos se asoman a mirar desde este lado, otros se animan un poco más para dar unos paseos sobre el hielo. Descubren que es hielo sólo cuando están ahí arriba, y no un inmenso y desmayado copo de crema chantilly. En estos días me estuve preguntando si quiero estar pisando esa superficie, con la naturaleza alrededor en alerta para que no pase, o si simplemente quiero observar desde afuera, llegar a asomarme y comprobar que no miente la maqueta en la que las montañas parecen apenas la espuma de una ola blanquísima.
Es muy distinto mirar de afuera a poner un pie en la cosa. Con todos los paisajes, pero con algunos más que con otros. Conocer a alguien es muy parecido a mirar de lejos los hielos continentales: es posible que contemples una cáscara como la piel sedosa de los glaciares, una blancura tersa que te invita a perderte en caricias, y que cuando llegues a tocar lo gélido ya tengas las manos ásperas, los labios paspados, y no consigas disfrutar de ese toque personal.
Dan ganas de perderse en el glaciar, pero esa es la impresión que uno tiene de lejos. Con la gente pasa lo mismo. A veces, las apariencias engañan. Y otras veces, simplemente no disponemos del equipo necesario para llegar curtides al encuentro.