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Práctica


Concetto spaziale, attese, de Lucio Fontana

Danzar con quien tiene el rol masculino, seguir el paso con obediente destreza, sin hacer gala de demasiada inventiva, apenas como acompañante de la estrella principal. Entregarse a la lánguida sensación de ser conducide, sin decisiones por tomar, y al mismo tiempo interactuando.

Algunes lo consiguen con más facilidad y hasta gracia, otres con un esfuerzo que se percibe obviamente contrario a la propuesta abandónica del rol femenino en las danzas de a dos. Yo pertenezco al último grupo, tal vez por la deformación profesional de quien enseña, que está casi todo el tiempo conduciendo.

En contadas oportunidades logré entender a mis hermanes femenines, pude bailar sin elegir un camino, en la entrega completa a la imaginación del partenaire, sin cuestionamientos ni reclamos, sin tener que dar explicaciones por un pie mal puesto o un paso menos agraciado. En esas ocasiones, varias cosas me dijo mi compañero en silencio: “si hacés esto puede gustarte”, “no hay errores porque todo es danza”, “yo transformo un pie fuera de lugar en un nuevo paso creado entre los dos”, “vos sabés lo que yo sé” …

En la vida fuera de la pista no es como en el baile: los roles son mucho más intercambiables, de forma tal que a todes nos toca conducir y acompañar, alternadamente; depende apenas del ámbito en que estemos. Puedo recordar, cuando conduzco, la forma en que se sintió ser conducida. Puedo tratar de guiar con esas evocaciones mentales, con esas frases no dichas pero entendidas, con esa mezcla peculiar de certeza y humildad, de claridad y apertura al cambio. Puedo intentarlo, consciente de que en ese aprendizaje voy a pisar unas cuantas veces a mi decepcionado partenaire. Sólo me consuela pensar que, finalmente, todo se trata de práctica y entrenamiento, que mientras yo hago mis torpes intentos con otres, eses también pueden hacer lo suyo conmigo.

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