El umbral de esfuerzo ajeno
Instalación del artista Zimoun en el National Contemporary Art Museum MNAC, en colaboración con el arquitecto Hannes Zweifel
No reniego de mi falta de aptitud para ciertas cosas. Tampoco me enorgullezco, ni siquiera del empeño que pongo en llegar a un punto que deja que desear a otres más favorecides ⎼¿por los genes? ¿por las experiencias previas? ¿por el azar?⎼. En general nos quedamos tranquiles si aplicamos suficiente empeño para conseguir algo; y para nuestra eventual falta de resultados encontramos justificaciones verosímiles.
Es distinto cuando miramos a otres que se esmeran y no lo consiguen. Tendemos a ser más despiadades, a desconfiar del volumen de su esfuerzo. Yo sé que me esfuerzo, pero no estoy segura de si le otre lo hace. ¿Y si pensáramos al revés? Si desconfiáramos de nuestro propio esfuerzo, poniéndonos sistemáticamente en duda, tal vez llegaríamos más lejos, generando una disconformidad estimulante.
Por otro lado, si confiáramos en la percepción de esfuerzo personal de les otres (todo en última instancia se trata de percepción personal, más que de realidad), tal vez lograríamos ayudarles, y ayudarnos.
La ecuación entonces se resumiría en: sé más exigente con vos y menos con los demás. Incluso porque es más fácil descubrir el umbral de tu esfuerzo que el del resto del mundo.
Pero hay una constatación interesante que puede servir para despertar en otres el espíritu de autosuperación. En general rendimos en función de los desafíos que tenemos delante. Cuanto mayor es el desafío, más sorprendente la fuerza interna que se revela. Por lo tanto, si querés subirle el volumen a tu rendimiento, desarrollar un potencial aún latente, es buena idea ponerte ante un desafío montaña, de esos que realmente te dejan sin aliento cuando los contemplás al pie de la senda. Y si sabés mostrar esas montañas a los que te acompañan compartiendo la emoción expectante de treparlas, probablemente consigas compañía para el viaje.