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La madre de las revoluciones, parte III


Foto de un templo en Khajuraho

Sin nacionalidad. Apátrida. O todo lo contrario, con una nacionalidad tan delimitada en territorio y número de habitantes que puedo declarar orgullosamente que conozco mi lugar. No sé exactamente cómo me sentiría como miembro de un clan matriarcal. La descentralización tiene algo de matriarcal, porque promueve la autosuficiencia de los individuos y grupos, que funciona en la medida en que todos ponemos nuestro granito de arena. Por eso se me antoja innecesaria la división en países, que da origen a las fronteras y a los organismos centralizadores, nacidos tal vez de las buenas intenciones de resolver algunos problemas de todos, pero muertos por la disolución de responsabilidades, la burocracia y la falta de adaptación a las necesidades individuales.

El clan matriarcal estaría constituido de familia en un sentido amplio: como la evidencia que proporciona la maternidad es incuestionable, los hijos e hijas permanecerían al lado de la madre. Entre los hermanos y hermanas, tíos y tías, abuelos y abuelas el lazo comprobable es la hermandad de parte de madre. Las eventuales parejas podrían permanecer ligadas a sus clanes de origen o unirse al clan de su consorte; eso imagino de la organización familiar en las sociedades sedentarias, no guerreras y matriarcales del período neolítico. Difícil vislumbrar un futuro en que no existan países y sí comunidades, pero por qué no llegar a tocar con la fantasía los límites de lo posible.

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