La madre de las revoluciones, parte II
Venus de Willendorf
No produce el mismo efecto un gong que se toca en el desierto que uno que se toca en la Nueve de Julio. ¿Tendría algún sentido tocar un instrumento en la soledad más absoluta? Somos seres absolutamente culturales, y la cultura se construye en grupo. En nuestra sociedad parecemos vivir aceptando al otro porque no hay más remedio, porque la ciudad es chica para explayarse. Cuando pienso en una cultura matriarcal, imagino esa convivencia como una elección consciente de un modo de estar en el mundo. Y eso sucede ante la falta de la obligación de casarse y tener hijos que, como analizamos en la nota pasada, nace de la institución del matrimonio para preservar el patrimonio.
En la protohistoria, más o menos 3000 a.e.c, las ciudades de estructura matriarcal se esparcieron por una extensión equivalente a la Mesopotamia y Egipto juntos. Eso es mucha tierra. Son un montón de asentamientos, más o menos desarrollados, en los que primaban ciertas características, entre ellas, ausencia de guerras e igualdad social. Suena como el paraíso.
Pensando en un futuro que pudiera adoptar las bases que alumbraron las mencionadas cualidades, nos deparamos con el problemita no menor de la ambición humana. ¿Quién renunciaría a una posición próspera en la sociedad en favor de ciertos principios que por ahora no son más que utopía? Si bien las sociedades matriarcales existieron y prosperaron, lo hicieron en una época en que las comunidades no pasaban de unas decenas de miles de habitantes. En cuanto la cosa se pone más numerosa, los desafíos se vuelven más complejos.
Pero no podemos frenarnos ante el primer obstáculo. Para empezar a construir algo como una nueva forma de sociedad hace falta mucha imaginación aplicada, un deseo incontenible que redunde en exploración personal y conjunta. Claro que, si aspiramos a no caer en la misma historieta, el movimiento hacia ese futuro necesita verse y sentirse matriarcal desde el principio, basado en el cariño, la comunidad de ideas, sugiriendo comportamientos como vía para enseñar o dar dirección, jamás forzando. El que se arme de paciencia y no se quede de brazos cruzados podrá formar parte de esa construcción.
Material de lectura
Marija Gimbutas, Diosas y dioses de la Vieja Europa.
André Van Lysebeth, El culto de lo femenino (especialmente el capítulo “Un viaje imaginario”).
Yuval Noah Harari, Sapiens (especialmente el capítulo La revolución cognitiva).