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Propiedad privada


Dawn at Isawa in the Kai province, de Katsushika Hokusai

En estos días tengo una islita a la vista desde mi cuarto. Si bien está afuera, a unos cuantos kilómetros de mi ventanal, me hago la ilusión de que es mía porque la miro cada mañana cuando me despierto.

Hay una señora en mi barrio que vive en la calle. El umbral en que ella se sienta está adornado por una Santa Rita que florece todo el año. Ella guarda algunas pertenencias en una gran bolsa, pero sobre todo lo que tiene asegurado es su presencia bajo las enredadas flores color púrpura.

El Principito tenía una rosa, que era suya porque él la cuidaba. Te vuelves eternamente responsable por lo que domesticas, le dijo el zorro. Y él lo repitió obedientemente masticando cada palabra para asimilar la enseñanza.

¿Es ser responsable equivalente a ser dueño? Posiblemente ese punto confuso sea el origen de la angustia que nos agarra cuando las cosas y personas siguen un curso distinto al que habíamos adivinado -deseado- para ellas.

Un buen día volveré a mi casa: la isla que me acompaña estos días dejará su imperfecto recuerdo en una foto (al pensarlo me levanto automáticamente y le saco varias fotos, tratanto de lograr la más fiel, tal vez un videíto sea mejor para registrar la gracia del mar trepando por las costas a los dos lados, manía de registrarlo todo, de acumular impresiones…). La señora será echada de su umbral florido, porque esas cosas son así, un hijo un poco menos tolerante, una visita a la que se quiere impresionar, cualquier insignificante motivo basta para echar a un linyera de “tu” puerta.

¿Y el Principito con su rosa? habrá descubierto que lo que impregnamos en los objetos y personas es nuestro propio afán de cuidarlos, hacerlos crecer, hasta torcerlos un poco aunque eso no sea de lo más ético ni desinteresado. Tu mirada se mezcla en objetos que deseás, los hace y deshace, y después vos mismo te confundís con esa impregnación de un sentido que no les pertenece en forma exclusiva. Es una materia hecha de a dos.

Si extrañás tu isla, tu umbral o tu rosa, si quisieras que se comportaran de otra forma y te siguieran a todas partes, podés imaginarlos como compañeros momentáneos de experiencia, pasajeros del mismo tren a un destino ignoto, que en algún momento se bajarán después de un trayecto compartido. (Escribo esto y me imagino a varios lectores pensando “¡qué triste!” pero no es triste: es una mezcla de desafiante, maravilloso, motivador, desgarrador, incentivo para seguir descubriendo… en fin, elige tu propia aventura)

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