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Aprendizaje sensorial

Morning sonata, by I must be dead

¿Qué otra forma de aprender existe que sentarse al lado y mirar y hacer junto al otro? Por más que lo intento, no termino de sentir que enseño cuando digo, o que aprendo cuando escucho. Los sentidos de aprendizaje me parecen ser mucho más la vista y el tacto que el oído. Y aun así todo nuestro sistema de transmisión de conocimiento está basado principalmente en la palabra dicha y oída.

Ayer escuché que el tacto es un sentido sin el cual no podemos vivir, a diferencia de los otros. Lo interpreté inicialmente en el sentido más burdo: necesitamos tocar las cosas para alimentarnos; aun sin manos y sin mediar ningún otro miembro antes de la boca, la boca toca la comida para comerla. Pero después pensé más en el aspecto informativo de la piel de todo el cuerpo, en los procesos de adaptación a la temperatura, a las diferentes superficies sobre las que andamos; me imaginé el tacto como una gran computadora que procesa información del exterior, sin la cual estaríamos perdidos.

¿Cuándo interviene el tacto en la enseñanza? Al nacer somos seres sumamente táctiles, nuestra forma de alimentarnos, de dormir, de estar en el mundo clama contacto casi permanente. A medida que crecemos ese contacto se va espaciando, nosotros mismos trazamos un espacio vital invisible, más o menos extenso, que llegamos a cuidar celosamente. Y a partir de cierto momento pasamos a escuchar y mirar prioritariamente, y nuestra reacción a los estímulos se expresa sobre todo a través de la palabra. Escuchamos y leemos a un montón de personas, observamos a algunas pocas, tocamos y nos dejamos tocar por un puñado ínfimo. Hablo de un contacto más allá del apretón de manos, o del involuntario choque de los cuerpos en el transporte público, me refiero a un contacto deseado en el sentido de intercambiar conocimiento.

Hace poco participé de una clase. Yo era la más nueva y la profesora daba instrucciones que estaban completamente fuera de mi entendimiento, muy afuera. Esto lo descubría cuando ella venía y con un toque suave me daba a entender un mundo de acomodaciones necesarias para ajustarme a la consigna. Las palabras se resignificaban a través del tacto, que les daba claridad y poesía. Sin tacto, eran instrucciones huecas. Qué herramienta genial, pensé sin palabras. Y me pregunté seriamente cómo incorporarla a la escritura.

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