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Ceder


Eine Kleine Nachtmusik, de Dorothea Tanning

Cuando el otro se ofende con vos te activa una hormona (hipotética) característica, que te hace quedarte en el molde, ni pensás en acercarte. Esa hormona es la responsable de hacerte decir: si se enojó que se desenoje, y que después pida disculpas.

¿Alguna vez probaste ir hacia el que está ofendido? En general el enojado baja las armas a la primera invitación, porque no está nada orgulloso de empuñarlas. Ir hacia él en vez de rechazarlo lo desarma y tiende a borrar todo rastro de malestar. Al fin y al cabo, ¿a quién le gusta mantenerse cabreado?

El orgullo herido no quiere aflojar, pero si en vez de meter el dedo en la lastimadura le ponés una curita, la irritación se metamorfosea en agradecimiento. Y te ganás un amigo o confirmás la amistad. Es el final feliz de la película, sólo que no siempre termina así. A veces la obstinación en el enojo dura semanas, o años. Amigos, hermanos, padres, hijos… algunos que antes fueron tan queridos construyen un muro de lamentos desde el cual da vértigo mirar hacia abajo, y cuanto más tiempo pasa más se complica hacer una concesión.

El más fuerte de los dos va a tomar la iniciativa en el acercamiento, y es el más fuerte porque tiene que tragarse su orgullo, brebaje amargo y oleoso, duro de pasar. Si sobrevive, los vínculos que cultiva pasan a tener muchas vidas, porque poseen el don renacedor del ave fénix. Soy afortunada de tener algunos amigos así, pero es tan difícil encontrar a otros como ellos que prefiero invertir mi esfuerzo en construirme de la misma materia.

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