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Una vía de escape

Diálogo con pato de madera, de Liliana Porter

Cada vez más la percepción de la realidad se impone a los hechos duros, que ya casi no existen. Importa más la consecuencia de los actos, al punto que es inseparable la polaridad del juicio en el propio germen de la acción. Ante de hacer cualquier cosa te preguntás cómo les va a caer a tus semejantes, porque los hay por todos lados, y tal vez no son tan semejantes (a vos).

Toda vez que uno asume su visión particular del mundo, transida por la impresión única que le proveen sus sentidos, por sus innumerables experiencias e historial de sensaciones ante ellas, está aceptando la falta de universalidad en la percepción de un hecho. ¿Cómo se adaptará el ejercicio de la justicia a esta valorización ampliada de la percepción?

Entonces, ya que vivimos en la era de la subjetivización máxima, en la que la palabra “sentir” puede inclinar la balanza de la justicia (si no la justicia de la corte, sí nuestra propia evaluación de lo que es justo), que sirva de mucho en nuestra forma de relacionarnos, que gracias a ella podamos dejar una vía de escape al otro. Esto significa básicamente contemplar las sensaciones propias como una faceta de la realidad, no el combo completo.

Mi abuelo siempre me aguijoneaba con preguntas cuando llegaba cinco minutos tarde a visitarlo. No me dejaba salida con su interrogatorio directo, que claramente apuntaba a hacerme sentir mal en relación con mi impuntualidad de pocos minutos en una visita dominguera. Supongo que la estrategia era escarmentar, asociar una sensación desagradable a la falta para que nunca más sucediera. Sin embargo, yo que llegaba cinco minutos antes a todos lados, que pese a mi esfuerzo casi no conseguía llegar más tarde de la hora anunciada a una fiesta, nunca lograba arribar a tiempo a esas visitas dominicales: el sistema de escarmiento estaba podrido. Cuanto más me acorralaba, más mis explicaciones se transformaban en reclamos de libertad. ¡Por cinco minutos! Todo se volvía ridículo.

Acá va lo que me gustaría haberle dicho a mi abuelo: lo que sucedió o lo que hizo el otro puede haber sido malísimo, para vos. Pero si lo ponés entre la espada y la pared, no le dejás otra que una salida desesperada, en defensa de su propia subsistencia. Todos somos bichos ante el acorralamiento, o al menos reaccionamos como tales. Si lográs considerar tu percepción de los hechos como una entre varias, en vez de llevar al otro al punto en que precisa defenderse, le dejás cierto margen de acción para remediar sus fallas o confirmar sus elecciones.

En ese nuevo escenario puede pasar que las elecciones de conducta que el otro haga no sean las que a vos te parecen agradables, correctas o justas, pero al menos nacieron de su libertad y no de su desesperación, lo que tiende a hacerlas más sinceras. En el peor de los casos, lograste conocerlo un poquito más, y esa información es de gran utilidad en la construcción de un vínculo, o en la desvinculación, que también es una opción y puede ser desdramatizada.

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