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La gran arenga


Las tentaciones de San Antonio, de Joos van Craesbeeck

La queja ante la injusticia tiene el poder de aunarnos tanto como las grandes catástrofes. No la lucha ante la injusticia, sino el reclamo y la indignación, del todo infértiles. Me atrevo a decir que cuanto más infértil la queja, cuanto más lejos está de asumir una actitud para modificar algún aspecto del mundo, más compartida es, porque la aparente enormidad de la actitud que sería necesaria para motorizar un cambio disuade por adelantado de cualquier desafío a la acción, y eso es cómodo.

Somos cómodos. La inercia nos envuelve en su manto tibio cada día y cada noche, y lo permitimos. Contemplamos (demasiado) el horizonte lejano, con dudas y temores, en vez de dar unos pasos cada día aunque sea en una dirección que luego no prospere en camino.

Los inmensos problemas de la humanidad no son resueltos por una persona o por una acción. Y nunca son del todo resueltos. ¿Qué está al alcance de tu mano hacer por otro? Si todos los días estás atento a responder esa pregunta y concretar la acción, tal vez la masa crítica se forme, como surgen los movimientos, con un montón de personas actuando en un mismo sentido aunque sin un acuerdo previo, incluso en distintas ciudades, más allá del contagio que prende como fuego cuando el tiempo de una idea llegó.

La posibilidad de llegar con un mensaje a millones de personas en segundos es un inquietante aliciente para saltar etapas buscando generar movimientos masivos y súbitos. Sin embargo, nuestra estructura comportamental no varió tanto en diez o quince años como para acompañar la velocidad de la comunicación, lo que me induce a seguir actuando en pequeño, prescindiendo de la arenga grande, que ni es tan grande ni es tan útil.

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