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Entrenamiento


Escena de la película House of flying daggers

Pero no te duele? No...

Y cómo haces para sobreponerte? Supongo que es más difícil sobreponerse que no caerse. Trato de no caerme.

Cuando estás haciendo equilibrio, con todo el peso de tu cuerpo en un solo apoyo, hace falta una esgrima constante para mantener la estabilidad. En algunos momentos agudos en que el riesgo de caer es alto, el esfuerzo parecería ser menor si simplemente renunciásemos: si apoyáramos otro punto del cuerpo en suelo firme, para volver a intentar el equilibrio después. Sin embargo, no me convence ese cálculo.

El esfuerzo de recuperar el equilibrio en el aire, cuando aún no se usó un segundo apoyo, viene preñado de muchas cosas. Desde un punto de vista práctico, muscularmente ese esfuerzo redunda en fortalecimiento, pero eso es lo menos interesante del caso.

Recuperar algo ‘en el aire’ tiene mucho de desafiar a la naturaleza, en el mejor de los sentidos, como cuando un hijo le gana su primera partida de ajedrez al padre.

Hacer un esfuerzo supremo para evitar algo que, en última instancia, no es tan grave, conlleva un entrenamiento que puede revelarse útil cuando sí importe muchísimo evitar algo, a cualquier costo.

Extender por un instante más, luchar hasta el final, no claudicar... temáticas exprimidas hasta el cansancio en todas las películas de acción, que no por eso dejan de tener su valor evolutivo cuando nos topamos con desafíos. Y cuando estamos ante ellos, la respuesta no satisface porque no tenemos entrenamiento. ¿Qué frecuencia de entrenamiento precisaríamos? Para mí, es evidente que un entrenamiento con miras a instaurar nuevos paradigmas de reacción necesita ser diario. Y al mismo tiempo, en pequeña escala, como una maqueta de lo que realmente sucederá, como el artista marcial que ejercita con un un objeto inanimado antes de enfrentarse a otro como él.

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