Breve historia de un enumerador compulsivo
Numbers, de Barry Flanagan
La manía de contarlo todo: los escalones, los pasos, las gotitas, las almendras que quedan en el fondo del frasco. Manía de jugar a un juego obligado, de caer en la más tonta de las adicciones, ni siquiera efectos colaterales tiene, pero… ¿sabés que sí? Con el tiempo te volvés un abstraído, la cuenta te llena el bocho y ocupa tus ocios más dulces.
Más adelante empezás a contar las palabras de la conversación, es como si el universo te diera material inagotable para la enumeración. Lo incontable también se divide y se muestra pasible de ser inventariado: un estado de ánimo o una bañadera llena presentan tantos momentos específicos, tantos niveles de llenazón, tantas sensaciones intermedias…
La lista no tiene fin, y como Sei Shônagon te volvés un experto de la clasificación. Una y otra vez te abocás a pormenorizar las partes y los instantes, a cuadricular la existencia.
Un día la fluidez toca a tu puerta. Está vestida de persona o de animal o de cosa, pero claramente el conteo cesa en su presencia. Ese o eso, ajeno a vos, te saca del ensimismamiento para tranformar los instantes en olas y la vida en mar. Ni se te ocurre contar los granitos de arena o las motas de espuma. Se desactivó el mecanismo de relojería que te impedía mirar el cielo y ver un plano liso e indivisible, pleno de unidad. ¿Cómo puede ser que haya tardado tanto en llegar?
Pasa el tiempo. Raras veces te agarra, en soledad, la manía de enumerar el mundo. Cuando eso ocurre te divierte su levedad, ni rastros de la intensidad anterior. Sin embargo, siguiendo la curva de la transformación constante, la vida te arrebata esa presencia fuente de toda fluidez. El staccato amenaza con regresar, y pensás en el tiempo: el reloj de sol, la clepsidra, el reloj de arena, son todas mediciones relativas a sí mismas, el acuerdo del tiempo humano universal, gracias al cual combinamos vernos a las tres y cuarto en tal esquina, empezó en algún momento reciente de la historia, seguro hace menos de mil años. ¿Será que tu vicio es el efecto rebote de la ambición humana, la irreverencia de intentar medir el tiempo, esa materia huidiza, el rey de los inasibles?