Cero orgullo
Palm umbrella, de Catherine Kim
Una playa, una palmera llena de cocos, un hombre abrazado al tronco en la línea de los frutos maduros. ¿Por qué seguirá aferrado al cocotero cuando es clavado que le va a llover un porrazo? Por orgullo.
El orgullo constituye una lealtad obstinada en torno al statu quo. No voy a cambiar nada, no voy a mover nada, no voy a ser el que active. El orgullo te hace seguir sintiendo lo que alguna vez fue genuino y ahora te empeñás en que siga vivo. Es la coherencia del tonto.
El problema es que no hay brecha en esa roca. No hay forma de abrir un canal y, cuando eso pasa, los años pasan y oportunidades pasan. Y te conformás porque tenés al menos tu orgullo.
¿Algo impide que te despiertes mañana experimentando algo distinto a lo que sentiste hoy? Un cariño donde antes había bronca, una disculpa donde el reproche, una sonrisa cómplice donde la indiferencia… Lo podés sentir, pero si no lo podés explicar, es posible que lo ignores, así como los científicos, según Kuhn (Teoría de las revoluciones científicas), ignoran datos que desafían las hipótesis establecidas (no lo hacen adrede, simplemente los elementos que huyen a su lógica muchas veces les resultan invisibles).
Las personas más fuertes que conocí tienen orgullo cero, autoestima mil. Superar el orgullo significa no apegarse a lo que se pensó, se sintió, se dijo hasta hace un segundo, si al segundo siguiente se está en desacuerdo con eso. Da vergüenza soltar la palmera, porque te lleva a cuestionar el sentido profundo de esa acción que tuvo su duración en el tiempo. Pero, entre nosotros, ¡qué bueno que eso pase!