Nubes de tormenta

Afternoon showers, de Marc Taylor
No todo está hecho para decirse, para pasar por el tamiz del lenguaje, ni siquiera para subdividirse en sonidos o colores. Expresar un clima siempre me pareció la más potente forma de arte. Un clima es algo que no tiene partes, que impacta y envuelve, que abraza al tiempo que inunda. Algo que está dentro y fuera, y que en determinado momento es eterno.
Así son los climas emocionales. La nube tiene un contorno, y es lógico pensar que más allá de ella no hay lluvia, y que eventualmente estaremos parados bajo el sol mientras llueve en la vereda opuesta. Pocas veces vi esto, y menos veces aún logré percibir un clima de lejos, sin entrar en él. La atmósfera tiende a abarcarte, la ves y ya estás ahí, en un segundo. Hace falta observación y determinación, si no querés entrar, para alejarse a tiempo.
Pero hay otra forma de estar sin dejarte envolver. Consiste en formar un campo magnético alrededor, y entrar con lo puesto sin llevarte nada. En general, la materia de ese campo es el humor, y con esto me refiero a la gracia y al chiste. No soy la persona más afecta a las comedias, pero hay que reconocer que el humor es por lejos el mejor escudo protector. Sólo pensá en las situaciones hilarantes en que necesitás calmarte urgentemente, so pena de quedar como un insensible: en la dificultad de esa proeza hay prueba suficiente del poder de ese campo protector (claro que en ese caso se vuelve en contra).
La cuestión es que a la felicidad le falta esa cuota de desparpajo para entrar con el mentón en alto a cualquier evento. Tal vez se deba a la culpa: en una sociedad cultora del lamento, no está bien visto que la satisfacción se exponga abiertamente. En cambio al humor le sobra irreverencia, y con esa naturalidad levemente inconsciente llega a ser el mejor aliado para atravesar una nube de tormenta.