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Reincidencia


Berges de la Seine à Chatou, de Maurice Vlaminick

¿Cuántas veces vas a tener que embocar el paso justo en ese charco y empaparte los pantalones claros? ¿Cuántas horas vas a perder en remediar lo que podías evitar? ¿Cuántos otros días te van a encontrar adivinando el desenlace de un pensamiento nefasto, consciente de los resultados de seguir por ese camino, y sin decidir ⎼porque en última instancia hablo de voluntad⎼ hacer nada para desviarte del rumbo?

Reincidir en comportamientos no deseados se siente como entrar en un pantano. Y al mismo tiempo, es la única vía para erradicarlos. La impaciencia por cambiar es el mejor de los estados para que el cambio realmente se produzca, aunque en el momento no veamos más que aguas estancadas y árboles mustios, la geografía del pantano en toda su desolación.

Llega la decisión de la mano de una vigilancia atenta, que después de los primeros días casi siempre se relaja, hasta que una nueva reincidencia viene a colmar los nervios. Y en ese hartazgo de la repetición pensás seriamente en renunciar al circuito: situación desafortunada, consecuencias no deseadas, recapacitación y autoestudio, vigilancia veinticuatro horas, distracción y nueva situación desafortunada…

Y mi pregunta es ¿qué sería abandonar ese circuito? Pensamos en términos físicos, y no podemos evitar relacionar la salida de un circuito de comportamiento con una ausencia material. Muchos viajes buscan un cambio de paisaje interno, asociado al externo. No veo nada malo en eso, a no ser ignorar que a la vuelta el paisaje interno tiende a instalarse nuevamente como un familiar confianzudo.

Difícil encontrar fórmulas mágicas para escapar de los condicionamientos. Pero ya que somos bichos condicionados, podemos usar eso a nuestro favor para recondicionarnos en otro sentido. Es casi como poner una alarma: justo cuando empezás a vislumbrar el futuro no querido de una acción que estás a punto de “cometer”, una nueva acción debe ser llamada en tu ayuda para desviar ese rumbo prefigurado. En esos momentos, intentar dejar que la cosa pase de largo es como mínimo naif. Hace falta una acción contundente que te involucre de lleno para facilitar ese cambio, el salto de un circuito a otro.

¿Será que nunca se disuelven definitivamente esos circuitos no deseados? Puede ser que sí, pero mientras tanto no cuesta mantenerse en forma y ejercitar el salto en alto a paisajes más amables que el pantano.

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