Perseguir las ganas
Man standing at beginning of winding road, de Mark Hess
Cuando una gota cae en un estanque, ¿sigue cayendo una vez atravesada la superficie? ¿En qué momento esa unidad que es la gota se mezcla y su contorno se confunde con el resto del agua del estanque? El instante de la entrega es parecido a la confusión de la gota que ya no es tal, porque es agua, en definitiva, que se junta con otra agua disolviendo cualquier diferencia.
Estás tirado en el pasto y es de noche. No hay ninguna referencia visual alrededor. No ves el piso ni nada que crezca de él, lógicamente no te ves a vos mismo. Entonces, la magia: el arriba y el abajo se confunden, y te caés en la noche estrellada como una gota de lluvia en el lago, muy muy lento.
Hace frío esa noche, tu cuerpo está caliente, cuando te sacás un poco de ropa el viento arrastra al aire que está a tu alrededor, que ya había sido entibiado, y te hace sentir el fresco del resto del aire, que ahora conoce tu temperatura.
“La confesión me resulta muchas veces una vanidad”, escribe Clarice Lispector. Agrego: cuando escucho confesiones me siento más lejos, cuando confieso alejo a mi interlocutor. Nada hay más verdadero que un silencio de a dos, en que los idiomas del cuerpo comunican más que las lenguas orales.
Me subo al auto. Miro hacia delante, veo la nuca del conductor. Miro hacia arriba, el techo más próximo de lo esperado. Abajo, en mi mano, el celular que brilla y emite emociones sin pausa. Al costado, el paisaje que se despereza impasible, que no se pregunta a quién mira y se deja observar o ignorar sin ofenderse.
Espero el avión, los minutos morosos de la paciencia. Ser abúlico nunca fue una opción, aunque perseguir las ganas me acompaña como tarea rutinaria. Perseguir las ganas, no su objeto, es una de las actividades más fructíferas que conozco.