Experimento
Pintura de Hundertwasser
Ya sean esperanzadas o decepcionadas por anticipado, las expectativas tiñen los hechos, hasta un punto en que resulta imposible diferenciar la consistencia objetiva del suceso (si tal cosa existe) de la de nuestra percepción. Cuando no logro imaginarme un fin positivo para los acontecimientos que se avecinan, intento generar lo contrario a las expectativas. Consiste en aproximarse a los hechos con un espíritu de experimento.
Cuando ese espíritu está presente hay un resultado independientemente de la polarización que inyectemos a la realidad, más allá de cuán dulce o amargo sea el fruto: hablo del aprendizaje.
Paradójicamente, cuanto menos científico sea el abordaje, más jugosa será esa experiencia en términos de conocimiento. Es que la aproximación científica siempre parte de supuestos previos, de hipótesis adivinatorias o intuitivas que arriesgamos para estructurar nuestra búsqueda. Pero en ese sistema los hechos pierden su potencial de sorpresa.
El espíritu de experimento que propongo es más parecido al del niño que juega, mezcla, clasifica, desordena, se equivoca… en ese proceso crea sus propias estructuras, sin tanta precaución ni ilusiones en juego, sin la decepción que es compañera inseparable de la expectativa.
Lo difícil es preservar esa manera de aprehender el mundo a medida que pasa el tiempo. La repetición de las consecuencias en la historia personal crea una ilusión de experiencia, que en muchos casos sería más acertado llamar paradigma, un mecanismo de predicción basado en lo vivido. Claro que existen aprendizajes que pueden pasar de una persona a otra, y gran parte de la enseñanza se transmite de esa forma. Pero la frescura de no crear expectativas da paso a sucesos inesperados, que trastocan nuestras estructuras y nos devuelven como regalo una visión de mundo infantil, en el mejor de los sentidos.