Corregir el caos
The Kelpies at The Helix, monumento de Andy Scott
Todos los días me despierto y cumplo con mis rituales profanos de la mañana, en orden. El baño, el cepillado, tomar agua… Por supuesto que el orden de los factores altera el producto: no me gusta tomar agua antes de tener la boca limpia, eso modifica por completo la experiencia. Ni hablar de salir a la calle antes de estar vestido.
Sin embargo, en determinados momentos pierdo el hilo y el caos irrumpe en mi escena en forma de distracciones. Eso pasa cuando me levanto con urgencias. La mayor parte de las veces esas urgencias son creadas en mi cabeza, pero no por eso dejan de ser acuciantes. Ya me encontré calzándome las botas antes que las medias, y por inofensivo que eso parezca, cuando se repite a gran escala puede complicar seriamente el día.
Entonces me acuerdo de la sensación de esperar al padre a la salida de la escuela cuando ya todos se fueron, o no exactamente todos, todos menos una maestra que se pone a charlar para amenizar la espera pero que invariablemente te hace preguntas para deducir qué tipo de padre se olvida a su hijo en el colegio. Y ahí pienso que yo sería ese padre, tranquilamente, aunque haga el esfuerzo constante de corregir el caos. Y que en definitiva no me fue tan mal, que en el peor de los casos aprendí de la señorita a conversar con un niño sin tocar a los padres.
Ahí las prioridades se ordenan: me saco los zapatos para ponerme las medias, pierdo un poco más de tiempo que lo usual, bendigo mi rutina que me deja esos huecos a la mañana, esos minutos que a veces pierdo morosamente, con pena o con deleite, o con una mezcla de ambas cosas. Sin orden alguno, porque el caos triunfa como un caballo arisco aunque yo conserve la ilusión de que puedo montarlo, como los niños.