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Lo cocido y lo picante



Hay varias formas de aprender. Una de ellas es a través del sufrimiento, y también existe su opuesto, el aprendizaje a través del placer. La primera usa la punición como forma de desalentar determinado rumbo de acción. La segunda emplea la recompensa como incentivo.


A pesar de que castigo y recompensa son elementos introducidos por el que enseña, también la apreciación de las consecuencias por parte del aprendiz puede enfocarse en el lado oscuro o en el lado brillante, y eso constituye una elección propia. Si estás buscando desarrollar disciplina, que es la base para construir todo, depende de vos estimularte imaginando las consecuencias negativas de su falta o las positivas de su presencia.


En la vida nos cruzamos con diferentes mentores, profesores, consejeros y personas que sin saberlo ejercen una influencia fuerte en nuestro crecimiento. Cada uno utiliza su método, de manera consciente o no, de forma tal que va dejando en nosotros una pátina de nociones en relación a cómo transmitir o compartir un conocimiento. Cómo aprendés y cómo enseñás son dos buenas preguntas.


Si sos de los que aprenden por el placer, vas a necesitar un motivo más fuerte que el látigo para impulsar tu crecimiento. Si optás por esta vía andá sopesando la potencia de tus aspiraciones, porque va a tener que ser muy elevada. Aprender por el sufrimiento es más fácil, si estamos de acuerdo en que es simple evitar sentarse en un montón de brasas después de un par de quemaduras desagradables.


El desafío mayor es enseñar por el placer, porque con frecuencia lo que más enseña es colocar al que aprende de frente a sus elecciones, acciones y omisiones, y lo que caracteriza esta experiencia es la crudeza. Cuando te comés algo crudo sentís que tal vez sería más suave cocido, que tendría una textura más amable, que sería más fácil de digerir… pero al mismo tiempo hay una frescura y una cantidad de nutrientes que el alimento perdería con la cocción, por lo tanto hay una riqueza ahí que puede ser fuente de placer.


Pienso en cómo aprendo y cómo enseño. Pienso en el ají picante, que despierta entusiastas cultores y hace huir a los paladares sensibles. Y concluyo que el cariz placentero de la experiencia reside mucho más en la disposición del alumno que en las acciones del maestro.


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