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Con la cabeza acá


Escuchá atentamente las instrucciones que te das a vos mismo en momentos de lucidez. Y que después percibís como la sabiduría de otro más sabio que vos.

No hay duda de lo que querés: dormir bien, comer bien, besar bien. Bien es con la cabeza en la cosa.

Al igual que un árbol, tenés una raíz que te mantiene pegado al suelo. Es nutritiva y posesiva al mismo tiempo. Como un vegetal, buscás alejarte del suelo con la cabeza más o menos en alto, a veces recorriendo caminos tortuosos en busca de más luz. Y cuando encontrás finalmente el sol, lo nota cualquiera que te mire: un brote al sol emana una perfecta plenitud.

¿Cómo hacemos para perdernos tan fácilmente, cómo logramos postergar por días o años el beso solar después de haberlo experimentado? Un misterio del ser humano, tal vez el precio de la evolución.

Lista de cosas que nos alejan del cielo despejado: el orgullo, la maquinación en soledad, la autocompasión. Esos tres personajes nos dan la mano y nos conducen por el asfalto liso y en pendiente; para cualquiera que ruede eso significa aceleración garantizada.

Pero el día siguiente no necesariamente tiene que esperar a que pase la noche. Eso es lo que pienso cuando tomo velocidad hacia abajo y quiero volver a la superficie soleada. El día siguiente puede empezar exactamente en el siguiente instante. Cada vez me cuesta más esperar veinticuatro horas. ¿Será esto parte de concientizar el paso del tiempo, a medida que crezco? En ese caso, adelante conciencia, bienvenida urgencia.

Cuando pienso en la raíz de los árboles recuerdo que, por más que su copa busque el cielo, están indefectiblemente anclados. Nuestros pies tienen tanta más libertad: tocan el suelo y se despegan, alternadamente, incluso por breves momentos estamos rodeados sólo de aire. Pero tenemos la gravedad de compañera perpetua, así como la tierra está para los vegetales. Acaso en algún momento logremos evolucionar hasta ser un clavel del aire.

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