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Los copados


La flor del trébol morado

Los copados son seductores, son fáciles, son pura sonrisa. Tienen el encanto de una frescura a prueba de contratiempos, esa que esquiva casi todas las piñas que uno recibe de lleno.

Desde siempre me identifico con esa parte de la población que no es “copada”. La porción de gente que, por características innatas o por elección, camina en su jornada al lado del abismo, contemplando un posible resbalón en cada amanecer.

Me acerco a los frescos, a los que se despiertan silbando, y quiero parecerme un poco más a esas criaturas leves, pero una capa de resentimiento me impermeabiliza: en el fondo, siento que los copados nos deben algo. Que tanto laburo en la sombra es lo que hace posible la sonrisa inocente de los que parecen flotar por la vida.

Aparto la vista de la pantalla, miro cómo la naturaleza funciona: mi trébol morado florece con sus pimpollos amarillos sólo porque un arbusto sin flores le presta su sombra. ¿Alguno de los dos querrá ser el otro? No parece probable. Lo que sí se adivina contemplando esa simbiosis es que se hacen buena compañía.

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