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Señales


El mundo está lleno de mensajes sin destinatario específico. Pero a veces entrás en un humor particular, en una frecuencia de interpretación, que te hace pensar que todos son para vos. Vas por la calle y los perros te ladran, o se te acercan, o te escapan; los niños lloran o ríen cuando te cruzan, los carteles que leés te dicen las cosas que querés saber, o bien las que detestarías confirmar…

Un ansia de saber ver te posee, y como en realidad no ves, inventás: escuchás y sacás tus conclusiones, construís un ventrílocuo y deseás entrar en la ilusión de escuchar a otro. Y lo peor es que ese otro no te dice lo que tus deseos quieren escuchar, sino lo que tus miedos le dictan. Ese es el momento apropiado para soplar en la cara a las señales de humo.

Me recomiendan un libro; lo compro en el acto, lo devoro y casi lo termino, pero antes me cruzo con alguien que tiene por delante horas de espera, y le hago entrega de mi tesoro. Ante el vacío de lectura, tomo prestado un ejemplar de cualquier biblioteca de la primera casa que visito. Es El Príncipe de Maquiavelo con comentarios de Napoleón.

Bonaparte responde a cada pensamiento del escritor florentino como si estuvieran teniendo una conversación. Apoya, refuta, reflexiona, se indigna… Napoleón me da gracia porque se hace amigo de Maquiavelo. Y cuando un amigo te habla, no te quedás en el molde: argumentás, debatís, explicás… no te da lo mismo lo que el otro piense. Las señales de humo de ese libro atraviesan los siglos y llegan hasta el emperador francés, que las interpreta como advertencias y presagios, con notable superstición.

Es ficticia la relación entre ellos. Pero a veces caigo en la tentación de unir los acontecimientos hacia atrás y pensar que este escrito surge como continuación de la charla que Maquiavelo y Napoleón tienen con doscientos años de por medio, y que esa conversación me llega gracias al libro que me recomiendan y que presto para amenizar una espera, que es sustituido por otro encontrado en una biblioteca cualquiera, en un día cualquiera, que cambia algunos puntos de vista, y que siembra más inquietudes que certezas.

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