Flores de noche
Parte del círculo de Bloomsbury
El perfume de las flores a la noche es como el de un fruto maduro de más, almibarado de más, casi intoxicante.
Escucho y leo sobre la generación x, y, z… Y me pregunto sobre la utilidad de esa división en períodos para hacer un corte vertical del espíritu de una época. Cerca de completar mi cuarta década de vida, no logro identificarme plenamente con ninguna.
No obstante, en el mundo y a lo largo de la historia han surgido grupos de personas que a través de fuertes lazos afectivos lograron trascender juntos como factores de cambio. Pienso en el grupo de Bloomsbury, en Henry Miller y su entorno, en Frida Kahlo y sus amores y amistades, en los surrealistas reunidos alrededor de André Breton, y en tantos otros que enriquecieron desde el ámbito artístico hasta la vida económica de su época. Me inspira acordarme de ellos (digo acordarme y pienso que sí, los conocí).
Recuerdo o pienso (a veces esos límites se desdibujan) que en la modernidad algunos descubrieron específicamente qué pelotas había que patear para hacer un gol, y pasaron a la historia por eso. Mientras que en la posmodernidad las pelotas se multiplicaron alucinadamente y por más que el gol se haga, es difícil que alguien se entere, porque hay tantos tiros errados y tantos goles simultáneamente. Con internet se sumó un elemento que transformó una vez más el panorama: los arqueros responden, devuelven el tiro, pueden meter gol de arco a arco, dejaron de ser jugadores anónimos. Cada uno de los cientos y miles es uno e importa.
Tengo que salir al balcón, sentir el perfume de los jazmines de noche, escuchar los autos desvelados y veloces por la avenida. No sé a qué generación le interesan estos asuntos, pero la mía dialoga con Virginia Woolf y con Mark Zuckerberg, mientras la mitad de la ciudad duerme y la otra sueña.