Correspondencia
Las relaciones, al igual que los objetos, tienen la impronta de la tecnología que las hace posibles. No es lo mismo una relación por carta que una relación por chat o una relación por teléfono. Y si bien no solemos cultivar relaciones a través de un medio exclusivo de comunicación, cada vínculo tiene su canal privilegiado.
Los canales dan lugar a espacios y comportamientos coherentes con sus características, por ejemplo: una cita surgida de un contacto por email no tiene cómo posponerse o cancelarse cerca de la hora convenida. O nos encontramos o nos desencontramos, como era antes, cuando no existía el celular y los puntuales nos la pasábamos esperando en las esquinas, con el libro de compañía que avanza a dos por hora, porque la atención va alternando inquieta entre la hoja y la calle.
Cualquier tipo de chat online genera instantáneamente una proximidad casi expuesta. Cuando escribo un email estoy sola pensando, cuando escribo un chat estoy pensando mientras el interlocutor me mira y espera mis palabras, o las ignora. El otro ve cuando escribo algo y me arrepiento, cuando digo y me desdigo, cuando entro y cuando salgo de nuestro recinto virtual de encuentro. Los puntitos suspensivos ondean y la respiración se detiene expectante.
Cuando viajamos, oportunidades en que pasamos menos tiempo online, hay más lugar para las ventanas surgidas de la espera y el desencuentro. Aprendemos cosas en esos momentos: aprendemos por ejemplo a estar en soledad, cosa que una inmensa camada de personas fue paulatinamente olvidando o nunca experimentó (considero las redes sociales como compañía, así que estar solo en casa no cuenta como soledad; se está recibiendo la comunicación del mundo próximo y lejano y emitiendo opiniones en un intento de hacer contacto, por más que sea ignorado).
Hace poco conocí a alguien que tiene el celular protohistórico de la linternita. Su teléfono sonó y él contestó sin mirar quién era. Para él la llamada es una llamada, para mí es un intento sin serias intenciones de encontrarme. Cuando cortó, reparé en que nunca habíamos conversado por otro medio que no fuese email o personalmente. Y claro, el café que tomamos fue en El gato negro: no quedan muchos más lugares intactos por un período de décadas.